Si a diferencia de Hansel y Gretel logro hallar las migajas de pan que dejé para encontrar el camino de regreso, en ocho meses defenderé mi tesis, la cual es una contribución a la etno-historia de México, la edición crítica del Libro de los ritos y ceremonias del dominico Don Fray Diego Durán. El trabajo de más de cuatro años está reunido —además de en el documento tótem llamado «LaTesis.odt»— en todo tipo de libretas, post-it’s, subrayados, sueños, metáforas, nombres y una que otra pesadilla. El punto es que la palabra del año es organización, es decir cada texto, palabra y acción en su lugar apropiado. Tarea que tiene todo de difícil y que requiere de un espíritu templado que sepa convertir el periplo más barróco en un jardín zen, donde todo es claro, transparente y a la mano.
Edito y por lo tanto el objetivo principal es divulgar, con rigor científico bien lo sabemos, la obra que se pone en mis manos como mansa fiera, dispuesta a dejarse acicalar, pero a morder vengativa si no es tratada como merece. Así que la primera pregunta a responder es: ¿Y de qué va el Libro de los ritos? Pues déjeme que le cuente un poquito cada día. A continuación les presento el resumen del prólogo o introducción del famoso Libro de Durán.
IMPORTANTE: el discurso del texto se funda en la visión de Durán, sus adjetivos y argumentos. No representan a esta editora, ni se trata de un análisis de la obra.
PRÓLOGO
Durán expone las razones que lo han llevado a componer el Libro de los ritos y ceremonias. El dominico denuncia la necesidad de tener un conocimiento preciso de las creencias y costumbres religiosas prehispánicas. Sólo de esta forma los evangelizadores serán capaces de conseguir conversiones auténticas, ya que sabrán a qué enfrentarse y con qué métodos. Durán señala que su aportación literaria puede ser interesante para un lector laico, sin embargo subraya que la importancia de su trabajo radica en proporcionar una guía a sus compañeros para la gran tarea de la conversión novohispana.
Es un texto breve e intenso en su carga crítica. Comienza poniendo como ejemplo de una doctrina «fallida» a los pobladores de Sayago y Batuecas. Estos españoles representan una fe inamovible, pero sin verdadero fundamento teológico. En contrapartida, los indígenas tienen una fe voluble y convenenciera, que implica el esfuerzo de los religiosos por instaurar en ellos un fundamento teológico, para alcanzar una conversión real.
Habla acerca de la dificultad de evangelizar a los indios, quienes mezclan los principios cristianos con sus costumbres antiguas. Dice que su naturaleza los hace duros ante el cambio y que se resisten testarudamente a mudar sus modos. Este rasgo de su carácter afecta no sólo a la religiosidad, sino también a la vida cotidiana y se convierte en una zona de conflicto con la interacción entre las razas, españoles e indígenas. Pone como ejemplo al indio que prefiere perder su jornal antes que faltar al domingo de tianguis, o el que prefiere ganar cacaos que reales. Durán atribuye esta actitud irracional a un rasgo social, los indígenas son temerosos, dice. Están llenos de miedo, concluye, porque su gobierno los tenía amedrentados, se tenían poca lealtad como grupo y esa división y temor se agravó con la conquista. Los califica como gente que sólo ha sabido de sufrimientos y dolor.
El apego de los indios a sus antiguas costumbres se muestra en todas las expresiones de la cotidianeidad y debido a su labor de investigación Durán está al tanto de ellos. Desde festejos y ceremonias religiosas, hasta lo concerniente a la agricultura o la higiene, los indígenas siguen idolatrando, dice Durán. Reconoce que existen grandes similitudes entre los ritos indígenas y las prácticas cristianas, lo que facilita la fusión que implica la idolatría. Finalmente comenta que últimamente se «han descubierto muchas solapas de que no había recelo ninguno». Nos habla de una etapa histórica en que la conquista espiritual sigue luchando batallas en la consciencia de los ya para entonces, mexicanos.
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